Las emociones están dispersas
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26/10/2020Una vez conocí una ciudad sin centro. Esas auténticas “ciudad-auto”. Sin gente en sus calles, sin transporte público, grandes avenidas, centros comerciales a las afueras. Una ciudad sin pequeños negocios, sin comercio ambulante. Todo lo contrario a nuestras ciudades latinoamericanas, ecuatorianas…
Me dirán que es imposible una ciudad sin centro. Pero, ¿qué es el centro?
Mi mente no avanza a concebir una ciudad sin centro.
El centro para mí, lo hace la gente. No es el espacio físico, es la ocupación.
¿Se imaginan nuestro hermoso Centro sin gente? Vacío… como lo vimos en los días más tristes del confinamiento. ¿Lo llamaríamos centro? O la nueva centralidad estaría, como en esas ciudades, ¿encerrada en los centros comerciales? El centro es tal, por su gente, y por el uso que hacemos de él.
El centro es movimiento, ruido, voces (de distinta tonada), colores, olores (a café, a maduro asado con queso, a palo santo en las próximas semanas, a colada morada en estos días…)
El centro es lugar de disputa, de protesta, también de propuesta. Cada marcha, platón, manifestación se incorpora a sus ladrillos. Si, en el centro las paredes hablan. Los adoquines cuentan historias, son testigos de cambios y transformaciones. De dolores y de alegrías.
Lo histórico del centro no concluye en los años en que los muros se levantaron (porque cada nueva construcción lo hizo sobre otra que le antecedió), la historia sigue escribiéndose, como dice Gabriela Eljuri, el patrimonio es también lo que nosotros estamos construyendo para las generaciones siguientes.
El centro es lugar de prisas y de pausas. Ahí están las caminatas más apuradas y los cafés más pausados. Donde se tiene que estar “pilas” o donde puedes quedarte absorto mirando un portal o un balcón.
El centro es donde todo pasa. Donde todos cabemos. Propios y extraños. Negocios que se mantienen por décadas, emprendimientos que transforman las cuadras. Mercados, hoteles, iglesias y bares.
Algunas veces escucho decir “no voy al centro”, a veces yo mismo lo he evitado. Hoy les invito a ir. Mejor si es a pie, a llevar a sus hijos e hijas, a caminar y pasear, recordar y comprar, observar y aprender. A identificar esos personajes que son parte de nuestra cuencanidad, a reconocerse en estas cuadras, históricas y dinámicas, que son el corazón de esta ciudad que canta. (O)