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01/10/2020
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01/10/2020Son 20 kilómetros de la vía Cuenca-Azogues, más conocida como autopista, que sirven como “nevera” para ciudadanos que se dedican a la venta de helados.
Ellos se ubican en diferentes lugares del tramo comprendido entre El Carmen de Guzho y Chaullabamba. Sostienen que el carril hacia Azogues es el más propenso para la venta, porque la gente que sale de Cuenca hacia los cantones vecinos va con entusiasmo a cumplir sus actividades, pero al regreso tienen prisa para llegar a sus hogares y no se dan tiempo para degustar un helado.

Jennifer Mayora, quien se ubica junto al paso peatonal de El Carmen de Guzho, cuenta que frente a la difícil situación en su natal Caracas-Venezuela, hace un año emigró a Ecuador y fue Cuenca la ciudad que la acogió.
Mientras abanica una paleta en forma de helado multisabores para llamar la atención de los potenciales clientes, narra que dejó de lado su profesión de terapista, para dedicarse a vender helados, actividad que le permite ganarse un promedio de 12 dólares diarios para enfrentar a la vida.

Seis kilómetros más adelante, en el sector de la entrada a El Valle, encontramos a Zully Milán, al igual que su coterránea Jennifer llegó a Ecuador hace un año, cuenta que trabajó como mesera y ayudante de cocina, pero por la pandemia que azota al mundo perdió su empleo y optó por dedicare a la venta de helados en la autopista.
Dice que le va bien, ya que gracias a esta actividad puede pagar el arriendo de un departamento, alimentarse y enviar un poco de dinero a sus familiares que se quedaron en Venezuela.
Jennifer y Zully lamentan que algunos de sus coterráneos tengan conductas que incomodan a los ecuatorianos, pero agradecen a la gente que les colabora, porque ven en ellas su afán de subsistir sin causar daño a nadie.

Estos 20 kilómetros de asfalto también es compartido por connacionales que vinieron de otras provincias, entre ellos está el lojano Marco Huanca, quien cuenta que desde hace varios años hizo de Cuenca su ciudad, en la que laboró como jornalero en varias actividades, pero ya no le contratan porque consideran que a sus 58 años ya no es apto para trabajar.
Ahora se dedica a la venta de helados en el sector del ingreso al zoológico Amaru, recuerda que antes de la pandemia, en la autopista había puestos de venta de frutas, artesanías, salchipapas, incluso había comedores que, eran motivo de disgustos ciudadanos porque los clientes estacionaban sus vehículos en lugares peligrosos, “ahora solo estamos los heladeros” dice mientras agita sus bazos sosteniendo fundas de bolos para llamar la atención de los conductores.
Ellos narran que vender helados no es un trabajo fácil, porque todo el día tienen que soportar el humo de los vehículos, el sol y la lluvia, que al final de la jornada los deja agotados y en ocasiones enfermos.
No reniegan que tengan que soportar la dureza de trabajar a la intemperie, porque les permite llevar dignamente el sustento a sus hogares.
Agradecen a las familias que hacen un alto en el camino para comprarles un refresco y a las entidades de control de tránsito que no les ponen obstáculos, pese a que están en una vía de alto flujo vehicular.
Añoran sus terruños y aspiran que con el esfuerzo diario en algún momento tener un espacio propio para no estar preocupados que les cae el mes de arriendo, que es lo más costoso que tienen que pagar con el poco dinero que ganan. (I)