Cuenca, ciudad patrimonial de Ecuador reconocida por la UNESCO (1999), vive una transformación silenciosa pero profunda con la expansión de Airbnb y otras plataformas de alquiler turístico. Lo que comenzó como una opción de alojamiento, hoy impacta de forma directa la dinámica urbana del Centro Histórico, generando tensiones entre la actividad económica, el acceso a la vivienda y la conservación del valor cultural.
El Centro Histórico de Cuenca, ha visto un aumento significativo de propiedades destinadas exclusivamente a alquileres temporales. Esto produce una reducción de la oferta habitacional para residentes permanentes, al tiempo que eleva los precios del arriendo. Familias cuencanas se ven desplazadas o forzadas a migrar a la periferia, mientras las viviendas del centro se mercantilizan como “oferta turística”. Esta transformación es económica, social, cultural, ambiental y simbólica.
En primer lugar, a diferencia del hospedaje regulado y pese a la normativa nacional sobre Airbnb, la mayoría de los alquileres en plataformas de alojamiento sigue moviéndose en una zona gris a nivel local. En segundo término, la ausencia de control fiscal y de densidad distorsiona la equidad del mercado y complica la planificación urbana y por supuesto la turística de la ciudad. En efecto, las autoridades locales se topan con una plataforma digital global mientras aún carecen de herramientas legales eficaces. Finalmente, sin estadísticas claras ni datos específicos transformados en conocimiento, regular el fenómeno equivale a disparar en la oscuridad.
Frente a este escenario, Cuenca necesita con urgencia políticas públicas que incorporen la dimensión digital en su gobernanza urbana. Varias ciudades han empezado a regular estas plataformas con ideas valiosas, tales como fijar un límite anual de días para los alquileres turísticos. También, exigir licencias diferenciadas en las zonas patrimoniales. Por otro lado, decretar moratorias en los barrios saturados e incentivar el retorno de las viviendas al alquiler residencial. A la vez, es prioritario negociar con las plataformas la entrega de datos en tiempo real, de modo que se faciliten inspecciones automáticas y cruces fiscales. Además, las tasas y multas recaudadas deberían destinarse a la compra o restauración de inmuebles patrimoniales con fines de alquiler social. Finalmente, la publicación de datos abiertos empoderaría a los vecinos para vigilar la evolución de su propio barrio. Todas estas medidas pueden servir de inspiración, pero su alcance y diseño deben ajustarse a la realidad local.
Conservar el patrimonio hoy es un acto verdaderamente revolucionario. No basta con restaurar fachadas, hay que preservar la vida cotidiana que da sentido al entorno. Sin residentes, la ciudad pierde vitalidad; y sin ciudad viva, el patrimonio cultural deja de ser auténtico y el producto turístico pasa de experiencia única a oferta estándar sin atractivo. El escenario actual muestra que las llegadas de visitantes siguen al alza mientras el gasto turístico se desploma; surge entonces una pregunta incómoda y urgente: ¿aspira Cuenca a un turismo que la revitalice o está firmando su propia condena a convertirse en un parque temático?
Airbnb no constituye el problema en sí, pero su expansión sin controles sí puede serlo. De ahí la necesidad de equilibrar el derecho de los habitantes a su ciudad con el derecho de los visitantes a conocerla, al tiempo que se cultiva el compromiso de proteger la urbe para nuestras futuras generaciones, de modo que el Centro Histórico nunca se convierta en un lugar ajeno para los propios cuencanos.
Autor: Freddy Espinoza Figueroa