La música, las luces y el baile se apagaron desde hace más de seis meses en el barrio Cayambe. La pandemia cambió el ritmo de vida de la denominada “Zona de Tolerancia”, las puertas de los locales están cerradas, sus calles lucen vacías, mientras que los propietarios de las casas de citas adecuan los espacios con la esperanza de una pronta reactivación, aunque son conscientes de que es una lucha contra corriente.
Alrededor de 200 trabajadoras sexuales laboran en los cinco locales ubicados en la calle Cayambe, la mayoría a trasladado su actividad a sus departamentos, cuartos de hostales o moteles cuando llegan a un acuerdo con sus clientes, dejando a un lado el temor ante un posible contagio, ya que la necesidad de dinero para sostener a sus familias es imperiosa.
“Los ahorros que teníamos nos han ayudado durante este tiempo, para ya no podemos soportar más, necesitamos trabajar en los locales que se han adaptado para brindarnos seguridad. Lastimosamente nuestra labor es mal vista y no recibimos ayuda de ninguna autoridad. Durante toda la emergencia se escuchó que entregaban alimentos a diferentes sectores, pero acá nunca llegaron”, comenta una de las trabajadoras.
Algunas trabajadoras salieron a las calles a buscar clientes, en sitios específicos de Cuenca, donde su presencia era exclusiva al caer la noche, pero desde algunas semanas, ya se las observa durante todo el día.
Sandra Tenecela, administradora del local El Mirador, recuerda que fueron los primeros en cerrar sus puertas con la emergencia sanitaria y al parecer serán los últimos en abrir y, pese a sus constantes pedidos, asegura que no son tomados en cuenta por las autoridades municipales.
Hace tres meses presentaron un proyecto para su reactivación como lo hicieron otros sectores. “Implementamos cabinas de desinfección, termómetros, gel desinfectante en el salón principal y habitaciones, señalización, distanciamiento entre mesas, reducir el aforo al 30 por ciento e incluso atender por el lapso de tres horas en el horario que crean adecuado, pese a ello no tenemos respuesta”, comenta.
Jonathan Gutama, propietario El Trébol y Julio Dután de El Candil, señalan que el cierre a llevado a las trabajadoras a laborar en las calles. “Muchos creen que con el cierre de los locales la actividad se terminará, por el contrario, ahora es más evidente y desde tempranas horas se observa a mujeres en la Huayna Cápac, España, Gil Ramírez Dávalos, cuando antes de pandemia solo se ubicaban en la noche.
Y esta realidad no es ajena para las autoridades. Jorge Cabrera, intendente de Policía del Azuay, comentó que el cierre prolongado de los centros de tolerancia lleva a que las trabajadoras sexuales en sus domicilios empiecen a ejercer la actividad de forma clandestina, sin conocer las condiciones en las que se brinde este servicio.
Exteriores de la Terminal Terrestre, Chola cuencana son lugares con mayor presencia de trabajadoras sexuales a toda hora, a más de ello conocemos de departamentos en zonas residenciales donde se ejerce la actividad, pero la ley no permite ingresar a estos espacios, recordemos que la prostitución no es un delito.
La reapertura de estos locales es decisión exclusiva de los GAD Municipal de acuerdo a sus criterios, por nuestra parte continuamos con los controles en hostales, residenciales y más espacios que no cuentan con permisos o que han improvisados habitaciones para las trabajadoras, agregó Cabrera.
El trabajo sexual no ha parado en la pandemia, se lo realiza de manera clandestina en condiciones que complica un control adecuado”.
Jorge Cabrera, Intendente de Policía
Mishell ejerce la prostitución en casas de citas de Quito y Cuenca desde hace seis años, debido al cierre por la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19, ahora trabaja en las calles ya que el dinero que ahorraba se terminó hace un par de meses y tiene que alimentar a su hija y a su madre.
Con 25 años, ella cree que la pandemia es lo peor que ha ocurrido en el mundo y que nada será igual, especialmente para aquellas actividades que están estigmatizadas por la sociedad. “Somos la última rueda del coche, nadie se acuerda de nosotros y cuando lo hacen es solo para criticarnos”.
Mishell asegura tener los pies en la tierra, ahora es joven y atractiva, pero el tiempo no se olvida de nadie y en unos años dejará de ser una de las primeras opciones de los clientes, por lo que antes de la pandemia ahorraba todo el dinero que le era posible.
“Vivo con tres compañeras en un modesto departamento, tenemos lo necesario, sin lujos ni derroches. Una parte de lo que gano lo envío a mi madre, para comida, ropa, educación de mi hija y más; otro parte va para los gastos de acá y otra para el ahorro porque esto no será eterno, pero desde el inicio de la pandemia todo cambio”.
Como hace seis años, ella asegura que la necesidad la llevó a la calle. “Era una madre joven y sin educación, unos amigos me presentaron a una señora que me entregó 200 dólares para cubrir deudas y me explicó que en Quito podía ganar la misma cantidad en una noche… el resto ya es historia”.
Desde que inicio en la prostitución, Mishell siempre ha trabajado en casas de citas, por lo que ahora estar en la calle buscando un cliente es relativamente nuevo. “En el local estas más segura, tienes confianza, en la calle no sabes quién te contrata; existen personas que nos cuidan, pero no es igual, a más de una le han golpeado, pero qué se puede hacer”.









