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            Mujeres, cuerpo y resistencia en Sal de G.h. Mata

            Publicado por Universidad de Cuenca el 28/08/2025

            La llamada modernidad supone una serie de cambios a nivel político, económico y social; sin embargo, en palabras de Martuccelli, su concreción en América Latina presentó varias problemáticas y conceptualizaciones debido a que, por ejemplo, en el siglo XIX fue principalmente política; en los 1900, económica; y, en el siglo XXI, cultural. Para el caso concreto de Cuenca, la situación no fue diferente.

            Por un lado, la modernidad avanzaba “a lomo de indio” con los bienes traídos desde Huigra, que podían comprar las familias que monopolizaban la cascarilla y la venta del sombrero de paja toquilla; por otro lado, las poblaciones indígenas y campesinas estaban sumidas en impuestos -al tabaco, al aguardiente y a la venta del sombrero de paja toquilla- y trabajo obligatorio, denominado románticamente minga. Así, Baud señala que a finales de marzo y principios de abril de 1920 comenzó una huelga que duraría hasta 1921, debido a la baja de la exportación toquillera a causa de la primera guerra mundial, y los dos días de trabajo impuestos por la Gobernación del Azuay para los preparativos de la celebración del centenario de la independencia.

            Mientras la ciudad se afrancesaba, a principios de 1925 se dio otro levantamiento denominado la huelga de la sal. Desde Naranjal se habían enviado 1500 quintales, que fueron robados en los caminos provocando escasez, que se sumaba a la inequitativa venta en distribución -Hotel Patria para los ricos, y barracas, el resto de la población- y aumento en el precio. El movimiento de protesta se dio desde los campos a la ciudad alcanzando la inclusión de lugares como: Ricaurte, Sidcay, Checa, LLacao, Jadán, San Juan, Quingeo, entre otros, como lo señala Novillo. G. h. Mata luego de algunos problemas con las editoriales, publicó la novela Sal en 1963, pese a que había sido escrita en 1937. Esto se debió a que la narración recibió varias críticas, a las que el mismo Mata hace alusión en la sección intitulada “Atendedme”.

            No es nuevo señalar que el rumor en la historia ha desencadenado movilizaciones, sublevaciones y resistencias. Según Kapferer, los rumores cumplen una función fundamental en la manera en que las sociedades enfrentan la incertidumbre, ya que generan interpretaciones de los acontecimientos que, aunque no estén comprobados, pueden desencadenar reacciones colectivas de forma inmediata. Por su parte, Fine & Ellis sostienen que los rumores no solo comunican percepciones sobre ciertos acontecimientos, sino que también pueden tener efectos concretos en ámbitos como la política, la economía y la organización social de una comunidad. En este sentido, ¿cuál es el rumor en la novela Sal? ¿En qué cuerpos se inscribe? Los cuestionamientos de un sistema injusto, se da en la cocina, a través de las voces de las mujeres que se reúne para charlar.

            En este sentido, la cocina se constituye como un espacio político de enunciación y denuncia (Carmona, Buelvas & Castaño). En síntesis, como lo señala Hanisch, lo privado es político; es decir, las experiencias de las mujeres están atravesadas por las estructuras de poder y la desigualdad social. Desde esta perspectiva, prácticas cotidianas como cocinar, alimentar y cuidar, que históricamente han sido relegadas al ámbito doméstico e invisibilizadas, adquieren un valor político fundamental al ser resignificadas como formas de resistencia, agencia y transmisión cultural.

            Las mujeres cholas han desempeñado un papel clave en múltiples luchas, resistiendo desde sus contextos y saberes. Esto ya lo advirtió el padre Enrique Festa en 1896 en su descripción sobre las luchas entre conservadores y liberales en Cuenca, en donde las cholas salen a las calles con polvo de ají para enfrentarse al ejército liberal. Algunos estudios o discursos bienintencionados afirman que buscan dar voz a las mujeres, a los pueblos indígenas o a las infancias. Sin embargo, esta expresión encierra una postura profundamente paternalista. Nadie puede dar la voz a otro ser humano, porque esa voz ya existe: ha estado ahí, resistiendo, expresándose en múltiples formas, aunque muchas veces haya sido ignorada, silenciada o deslegitimada. Las mujeres, las personas indígenas, las infancias, tienen voz. Las mujeres de la huelga de la sal en la novela, primero susurran, convocan; y luego, gritan, interpelan sobre las injusticias a las que han sido sometidas ellas, sus familias y allegados.

            El feminismo comunitario introduce la categoría de “acuerparse” como una praxis política situada. En este sentido, Cabnal sostiene que acuerparse implica una disposición ética y afectiva desde el cuerpo, que permite sentir y asumir como propias las injusticias y las indignaciones que experimentan otros cuerpos bajo el sistema patriarcal. Esta acción colectiva y consciente se orienta a la defensa del cuerpo-territorio, entendido como un espacio vital cuya reivindicación es fundamental para la afirmación de la vida. Si bien la obra de G. h. Mata no se inscribe dentro de los marcos del feminismo comunitario, resulta pertinente recuperar que más allá de establecer alianzas con sus personajes, el autor se propone que estos enfrenten y resistan la batalla por la vida.

            Esta intención narrativa de G.h Mata, aunque desde otro horizonte conceptual, dialoga de forma indirecta con la noción de acuerparse, en tanto que reconoce el valor político de la existencia y la resistencia encarnada. Es necesario tomar estas distancias porque a Mata se lo ha visto como “un defensor de la mujer” (En Novillo & Arteaga) a propósito de la situación de Dolores Veintimilla de Galindo. Sin embargo, según Segato, desde los feminismos, las mujeres no deben ser defendidas sino reconocidas como sujetos políticos, con voz y agencia propia.

            Ahora bien, ¿cómo se encarna la resistencia de estas mujeres? Se puede plantear lo simbólico de la lliglla. Así, por ejemplo, se describe que las mujeres llevan en sus espaldas a sus hijos y mote, que será compartido colectivamente. En consecuencia, la lliglla es mantel, es espacio para el amor, es cuna para llevar a los guaguas en la espalda, es pañuelo para secar las lágrimas, posiblemente, también es mortaja.  Este tejido que forma parte de la indumentaria se resignifica en cada espacio, en cada acción, en cada cuerpo que resiste. Es uno de los símbolos de lo femenino, de lo popular y de lo indígena.

            Autora: María Teresa Arteaga

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