Eva no duerme: La historia es un cadáver insepulto
21/03/2021Reflexionar el voto
29/03/2021[widget id=”text-12″]
La película chilena nominada al Óscar en la categoría Mejor largometraje documental, El agente topo, de Maite Alberdi, ha abierto una vez más la larga e interminable discusión de lo que consideramos como ficción y no ficción.
Sin embargo, si hacemos un repaso a las opiniones internacionales sobre la cinta de Alberdi, prácticamente todos los críticos coinciden, por suerte, en un aspecto: la frontera indiscernible entre realidad y ficción de la cinta le permite a la directora universalizar un discurso que partiendo de la parodia al género detectivesco acaba por hacer una reflexión profunda sobre el abandono como una forma de soledad sistematizada que padecen los habitantes de los geriátricos, a partir del infiltramiento camuflado de un también anciano protagonista, Sergio Chamy, que acepta la secreta misión de ver si una mujer (cuya hija ha contratado a una agencia de detectives privada sin el conocimiento de ésta) es maltrata por parte de las enfermeras o los burócratas de un asilo.
En ningún momento Alberdi cae en moralismos ni en el patetismo barato de (re)victimizar a los ancianos: no lloran por puro exhibicionismo sentimental, lloran porque ante la falta de calidez humana no hay otra forma sino la literalidad para mostrar su dolor.
De hecho, cuando una de las ancianas llora frente a cámara no lo hace en su intimidad —sola en su cuarto o en un rincón del geriátrico— lo hace frente Sergio, pues como nos recuerda el escritor argentino Tomás Eloy Martínez: «Un hombre no puede ser él mismo sin su pasado, sin la fuerza que irradia ante los otros, sin el respeto y el temor que inspira. Un hombre nunca es él mismo a solas…»
Por eso, cuando aquella pobre anciana se derrumba en llanto frente a Sergio, luego de que le dice que va a sentirse mejor después de hacerlo, él también logra contemplarse en esas manos viejas que se tapan la cara.
Por supuesto, Sergio no es aquella anciana amiga, de seguro nunca será como ella porque nunca demostrará su dolor tan públicamente (él es más fuerte e independiente y no está en el asilo por imposición), aunque compartan la edad.
Sin embargo, Sergio en su ficción de infiltrado ha descubierto inconscientemente el secreto mecanismo de ésta: ser lo que nunca seremos.
Sólo así el deber de descubrir al supuesto culpable se convierte en reflexión profunda sobre el abandono de sus compañeros del geriátrico; sólo así nosotros también somos lo mirado.
Quizá esa suerte de mise en abyme (puesta en abismo) se produce no tanto porque la película deja de lado la parodia detectivesca para pasar a la tragicomedia en una especie de duelo de espejos, como por ese doble registro con ecos voyeristas: mientras Sergio registra en secreto a sus colegas del geriátrico la cámara lo registra a él para que nosotros lo miremos.
Me parece que es esto lo que configura el fondo de El agente topo: el «ser» de sus personajes no actores (y que aparentemente no representan nada más que así mismos) se sostiene gracias al «ser» de la ficción que, en cambio, sí necesita de representar para existir por sí misma.
Y es que ver cine o leer un buen libro no es refugio, sino vida. (O)