La prensa libre en Anne con una E
01/10/2020*Por Christian Espinoza Parra [widget id=”text-9″]
Etimológicamente patria está asociada a los términos latinos pater y patris, ambos remiten al padre. De hecho, los romanos denominaban terra patria a ese lugar de origen en el que con cierta soberbia y amargura echamos a andar por primera vez. Pero en el caso de Ecuador, uno se pregunta si no seremos huérfanos de padre. A la larga, esta patria es una patria bastarda, desde su alumbramiento manchada con la sangre del Mariscal Sucre, una patria siempre en busca de un caudillo que de repente se marcha y nos hace preguntarnos si este país alguna vez existió.
Que la patria es el padre, que el padre es la memoria, que la memoria es una amalgama de todos nuestros infiernos personales convertidos en un destino colectivo, suena bastante a Ecuador. Esto me lo pregunto después de ver La muerte de Jaime Roldós, un documental de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera que narra la epopeya de un abogado guayaquileño casi cuarentón, de mirada afable y palabra severa que durante apenas un año y medio condujo la transición a la democracia del Ecuador, luego de casi una década de dictadura. Fue pionero en la defensa de los derechos humanos en Latinoamérica en los mejores tiempos del Plan Cóndor y murió en un accidente de avión en el cerro Huayrapungo, al sur del Ecuador, un 24 de mayo de 1981, junto a su esposa y su comitiva. Me lo pregunto porque en aquella pérdida que nadie o casi nadie quiso darle un sentido, mucho menos oficializarla, podemos intuir nuestra orfandad de padre como un olvido endémico, como un serio replanteamiento de la memoria, sobre todo, porque el olvido es una forma de silencio, un silencio que en el Ecuador no es la ausencia de palabras, sino su falta de sentido. “¿Pero qué imágenes tendría la Historia del Ecuador si en algún momento comenzaran a hablar todos nuestros silencios? ¿Cómo sería esa Historia?”, se pregunta Manolo Rivera. A lo mejor sería otro silencio, uno tan incómodo y prolongado que nos obligaría a tomar para siempre la palabra.
En el documental de Rivera y Sarmiento, Roldós muere dos veces: la primera físicamente, la segunda cuando sobre él cae el inminente olvido. Al pueblo, en cambio, le ocurre al revés, para que cuando le llegué la muerta física a cada individuo ya esté despojado de cualquier sentido. ¿No será entonces que nuestra orfandad es voluntaria? Y somos huérfanos porque hasta hace muy poco aceptábamos masticadas las verdades oficiales desde los remotos mil ochocientos treinta, pero hoy, esta realidad incansablemente atiborrada de dudas no es una triste desventajada, sino una feliz posibilidad de elegir por nosotros mismos, pues al fin vamos comprendiendo que nuestro desamparo es también una única e irrepetible oportunidad, y esa oportunidad, como todas las grandes oportunidades, no necesita de certezas, sino de dudas. Quizá, hemos empezado a dejar lentamente nuestra orfandad sin darnos cuenta. Hemos empezado a darles la espalda a esos padres que no entienden que la patria va más allá de las fronteras: la patria, es estar vivo.
Hoy cuestionamos, incluso, a quiénes se merecen considerárselos como tales. Por ejemplo, el Roldós de Rivera y Sarmiento no logra salvarse de la hagiografía. El haber colocado durante su efímera presidencia a sus cuñados, Abdalá en la Intendencia General de la Policía del Guayas, y a Elsa Bucaram en la secretaría particular del Ejecutivo, es reprochable desde cualquier punto. Este documental de corte histórico, en su entendible búsqueda por encontrar a aquél que a lo mejor si será absuelto por el juicio de la historia, lo omitió. Olvidó que cuestionar cualquier verdad, venga de donde venga, no sólo es una herencia de los grandes que lo comprendieron a tiempo. Es también un patrimonio común que nos hermana.
Sólo así podremos reponernos y cambiar el destino de ese grito que sellaba para siempre nuestro origen, así como los kilómetros y batallas que hasta entonces había recorrido el Mariscal Sucre en su caballo antes de ser fulminado en las selvas de Berruecos: “¡Ay, balazo!”, dicen que gritó. Esa sí, una triste certeza de saberse perdido irremediablemente en su gloriosa y accidentada búsqueda por ser el padre de un país que apenas hoy comienza a existir.
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*Christian Espinoza Parra, cuencano, es comunicador, editor del blog Eriales Perdidos y subcoordinador de Cine Club Catarsis..