La noticia nos llegó de inmediato “María Rosa, se ha ido”, sucedió al armonioso canto de su vida. Su nombre amablemente repetido por sus familiares y amigos, fruto de su talento goza el privilegio de la inmortalidad. Ella fue una esperanza de la cultura comarcana, poblada de armonías y colores. Si el recuerdo es siempre como apoteosis a los que emprenden el viaje sin retorno, a quienes se parangonan con los astros que no se apagan en medio del cielo, quiero recordar los mejores momentos compartidos con ella y su amado Teodoro, que mora en los confines de mis recuerdos.
Ella, una mujer llena de virtudes elevadas, aprestada siempre para la conquista del provenir y de lo sublime, como madre, maestra de muchas generaciones, artista de la palabra y de las letras, ascendió a las cumbres de la vida con postura recta y ademán sereno. La justicia era su norte y aspiraba siempre ceñir a su conducta a la consecución de sus ideales; esto es, a ser una mujer sin miedo y sin tacha.
Hablar de María Rosa Crespo, es hablar de líneas infinitas que se gravan con los mejores recuerdos y los más elevados aportes que hiciera a favor de su ciudad y su patria. Hablar de su quehacer en el amplio campo de la cultura, es hablar de sus fructíferas y variadas obras, que han sido adornadas por su talento. Su esbozo biográfico merece muchas páginas más, en las cuales se trazarán completas las enseñanzas de la maestra, que merecidamente recomendamos como ejemplo de imitación a nuestra juventud que se alza ávida de altos ideales y poseedora de generosos sentimientos.
María Rosa Crespo, llegó a la Casa de la Cultura núcleo del Azuay, con sobra de merecimientos, que dignificó y puso muy en alto a la casa de los cultores del arte de pensar, de hablar y escribir. Hasta ahora es la única mujer que ocupó la rectoría de esta importante institución. El humanismo no estuvo ausente en sus pasos por el sendero de la vida, dejando un legado invalorable a quienes seguimos sus huellas y sus recuerdos.
Cómo no recordar las prologadas charlas y ocurrencias con su esposo Teodoro, que ahora le acompaña María Rosa, en el colorido e infinito valle de la muerte. Entre acuarelas y tertulias con profunda raíz y sapiencia nos convidaba lecciones de vida y amor a la naturaleza.
Cuenca, Azuay y la patria, contrae un enorme compromiso, el de justipreciar su invalorable aporte a las letras y a la educación, para entregarlos a los homenajes leales del patriotismo y del afecto, con el profundo dolor y la admiración sincera de quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos. Hasta siempre María Rosa. (O)