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En la animación encontramos la cantidad perfecta de irrealidad que necesitamos para continuar argumentando en esta lucha contra la realidad hastiosa y limitada, pues, a través de las imágenes siempre podemos permitirnos reflexiones usualmente imposibles en la vida, pero necesarias para su construcción.
Perdí mi cuerpo, película francesa del 2019, dirigida por Jérémy Clapin, nos presenta dos historias paralelas, aunque unidas en un final compartido.
Ambas hablan de la frustración, la pérdida y, sobre todo, la soledad.
Por un lado, tenemos la historia de una mano recientemente cercenada que busca el cuerpo al que perteneció; y, por otro, somos testigos de la anodina existencia de Noufel, un repartidor de pizza, quien, en un intento por conquistar a Gabrielle, una bonita bibliotecaria, pierde su mano derecha.
La película de Clapin es una propuesta surreal, atravesada por sensibilidades incomprensibles, aunque enteramente compatibles con los estados emocionales de nuestros dos protagonistas y el del espectador.
En la vida de Noufel se evidencian fragmentos de su pasado: cuando era un niño feliz junto a sus padres y tenía sueños por los que luchar, lo cual, contrasta drásticamente con un actualidad huérfana y conformista.
Tras conversar con una clienta que le da una perspectiva alentadora de la vida, Noufel decide dejar su pasividad y emprender la conquista de Gabrielle, esa clienta que no conoce y cuya voz es suficiente para devolverle el sentido de todo.
En paralelo, la aventura de cinco dedos, errabunda en las calles de París nos entrega una poética simbólica y fluida, engrandecida por unas imágenes que reflejan la imposibilidad dramática de una búsqueda articulada por medio de elementos repetitivos y significativos en la historia de Noufel y de su mano: una mosca inaprensible, un muñeco astronauta y un micrófono, cosas de las que Noufel se ha desprendido y que anteriormente complementaban sus sueños.
A medida que la progresión de cada línea narrativa se extiende, también se evidencian elementos hilvanados en la narración que, mucho más allá de consolidar una forma narrativa, producen en nosotros una empatía con el pasado de cada protagonista: el Noufel fracasado del presente que abandonó sus sueños, y la mano de un Noufel niño que le permitió conocer las percepciones del mundo, acaban fundiéndose en una tragedia redimida por medio del coraje.
Sin duda, esta no es una película convencional, por el contrario, explora perspectivas narrativas y dramáticas en un intento por hacer énfasis en la importancia del viaje durante el proceso de autodescubrimiento que roza el fracaso progresivo y la vulnerabilidad individual para lanzar un poco de luz sobre los velos de la existencia.
La película de Clapin es una experiencia audiovisual que nos permite indagar en otros significados de la imagen más allá de su intervención directa en la dramaturgia cinematográfica, y que por momentos nos ayuda a reconocernos a nosotros mismos, luego de un agónico proceso que, además, nos ayuda a comprender nuestra obligación de seguir soñando para construirnos día a día. (O)